jueves, 10 de enero de 2008

Renger-Patzsch, Albert (1897–1966)




Renger-Patzsch, Albert (1897–1966)


Introducción al tema propuesto:

A lo largo de toda la asignatura he ido trabajando en torno a una misma idea..."lo relativo de las cosas bellas". Creo que hay cosas bellas porque sí, porque se ajustan a un canon de belleza, a unas serie de leyes que hacen al ser humano experimentar el sentimiento de belleza. A lo largo de la historia podemos encontrar ejemplos muy claros de belleza: "La mona Lisa", "El Partenón", "El David de Miguel Ángel", ... y una infinidad de obras de arte más. Pero al fin y al cabo, todo esto es bello porque cumple las leyes del orden y la proporción y además encierran una buena técnica, así que si la naturaleza es orden, ha de ser bella. De esta manera, yo creo, que se puede afirmar que"no hay cosas no bellas". Por muy poco bellas que sean, tal vez en su conjunto, seguro que en alguno de sus pequeños detalles, encierran el orden y la proporción. Por ello, lo más importante es dar con la clave, dar con el orden que rige las cosas, ya sean particulares o generales.



Bajo esta idea y tras indagar entre los fotógrafos, encontré una frase que me motivo:

"Todo es bello. Todo guarda un orden."

Esta es la idea fundamental en el trabajo del fotógrafo Albert Renger-Patzsch. (1897–1966)

Fotógrafo: Renger-Patzsch, Albert (1897–1966)

(Wurzburgo, 1897 Wamel bei Soest, 1966). Fotógrafo alemán. Pionero de la Nueva Objetividad ( Die Welt ist sch?n , 1928), su obra se caracteriza por puntos de vista inusuales y una fuerte iluminación, tendiendo a una máxima manifestación descriptiva de los objetos. Desde 1944 se dedico a la fotografía de paisajes.

Analizar el trabajo de Albert Renger-Patzsch, es constatar que sus fotografías son perfectas. Trate el tema que trate, todas las fotografías tienen un gran equilibrio interno y una cuidada composición.



A lo largo de su vida abarcó, de forma recurrente, casi todos los ámbitos de la fotografía: la naturaleza, la industrialización de la sociedad, el retrato, el paisaje urbano. En todos los casos, la misma perfección.


Con su trabajo demuestra que cualquier tema puede ser desarrollado con la fotografía y que, en todos los casos, el resultado puede tener una calidad estética.

Le correspondió vivir una época de cambios intensos, los años 20, 30 y 40 del siglo XX. Tuvo contacto con gran número de intelectuales, escritores, arquitectos, pintores y fotógrafos. Pero conociendo todas las tendencias de la época no siguió ninguna de forma clara. Tuvo su propia visión fotográfica.

Sus fotografías parecen decir que toda obra de la naturaleza o del hombre tiene un orden perfecto. Cada detalle está presente para indicar esta perfección. "Todo es bello. Todo guarda un orden."



Por un lado refleja la mágica belleza de las cosas materiales: la madera, la piedra, el metal. Y por otro la bella imagen del dinamismo de las máquinas en pleno trabajo.

Aunque en algunos casos su fotografía pudiera reflejar la agresión de la industria sobre la naturaleza, esta crítica queda oculta por la belleza formal de las tomas.

Sus fotografías de los complejos industriales realizadas en los finales de los 40 y los 50, son realmente una idealización de las fábricas como producto humano, son un reflejo de su optimismo sobre la modernidad, sobre el futuro.

Al final de su carrera vuelve a reflejar la naturaleza en sus fotografías.


Biografía


Albert Renger-Patzsch, nace en 1897 en Würzburg, Alemania.
A los 12 años comienza a fotografiar siguiendo los pasos de su padre, aficionado a la fotografía.
A los 14 años ya conoce la obra de Alfred Stieglitz, Edward Steichen, Clarence H. White y Gertrude Käsebier.
Entre 1916 y 1918, con el ejército germano, participa en la Primera Guerra Mundial.
Estudia Química en Dresden.
En 1928 publica su libro más importante "El mundo es bello".
Entre 1928 y 1933 trabaja como free-lance en Essen.
En 1929 crea un volumen fotográfico sobre la ciudad de Dresden. En dicho libro aparecen también siete fotografías de László Moholy-Nagy.
Entre 1933 y 1934 es profesor en Essen, dejando de repente su labor docente después de dos semestres por el acoso nazi sobre las artes.
A partir de 1934 se dedica al desarrollo de su propia fotografía.
En 1944 un bombardeo aliado destruye gran parte de su archivo fotográfico.
En los años 50 y 60 recibe diversos premios a su labor como fotógrafo.
En 1966 fallece en Wamel bei Soest.

Para poder ver unas cuantas fotos del autor, podéis visitar el vínculo:


http://www.bildindex.de/rx/apsisa.dll/registerinhaltshow?sid={901017e6-05ef-4eef-bf15-f057af3733d1}&cnt=139622&no=1&count=50&rid=2

Los títulos de las mejores fotos, las más famosas, están aquí, podéis descargarlas o verlas en miniatura:

http://www.artnet.de/artist/659162/albert-renger-patzsch.html

Nueva objetividad

La Nueva objetividad (Neue Sachlichkeit) fue un movimiento artístico surgido en Alemania a comienzos de los años 1920 rechazando el expresionismo. El movimiento acabó, esencialmente, en 1933 con la caída de la República de Weimar y la toma del poder por los nazis. El término se aplica a obras de arte pictórico, literatura, música, arquitectura, fotografía o cine.

jueves, 3 de enero de 2008

ILUSTRA UN ARTÍCULO II

¿Piensan los jóvenes?

Autor: Jaime Nubiola
Profesor de Filosofía
Universidad de Navarra

Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid). Fecha: 20 de noviembre de 2007



La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios".



Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está.



En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida".



El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva.